viernes, 19 de agosto de 2011

Edificio de Correos, el Bilbao de los Austrias

Una de los métodos no del todo ineficaces de creación artística es la combinación de elementos dispares; se agita bien la mezcla y se presenta esperando que el resultado no sea del todo descabellado. A veces funciona y en alguna ocasión el resultado es sublime. Secundino Zuazo, utilizando tres ingredientes, tantea este sistema en su Edificio de Correos (1927). Veamos el resultado.

El primer ingrediente es el propio cuerpo del edificio. Una masa de pulcros paramentos de ladrillo, elegante, funcional con sus grandes ventanales y puede que avanzado para 1927. Zuazo parece recibir la inspiración tras un viaje a Holanda y el estudio provechoso de la obra de Hendrik Berlage, gran arquitecto y hábil ejecutor de delicadas superficies de ladrillo.

Del estilo moderno de Berlage en la fachada, pasamos casi a la edad media en la cubierta, con el tremendo alero de inspiración montañesa. En un clima nuboso como el de Bilbao, este tipo de cubierta actúa visualmente como un trazo grueso que separa el gris del cielo del cuerpo del edificio. La última planta en tonos claros acentúa el contraste y ayuda a resaltar los paramentos de ladrillo.

El último elemento es la espléndida entrada barroca, que nos traslada a la época de los Austrias, y sobre la cual preside un gran escudo de águilas bicéfalas, tal vez de cuando en el imperio bilbaíno no se ponía el sol.

El resultado final de la obra es inquietante o cuanto menos nos deja con la sensación de que las partes son superiores al todo. Aún así, y tras observar durante unos momentos la portada barroca, puede que no nos sorprenda ver aparecer a Don Francisco de Quevedo, con su traje negro y Cruz de Calatrava roja, ajustándose nervioso los anteojos, tras haber enviado una nueva carta para sosegar el ánimo del temible Conde Duque de Olivares.

Edificio de Correos
Alameda de Urquijo 15